La sala de armas es donde se desarrolla el estudio y la práctica de las artes de la palestra. Por lo tanto ha de ser un lugar de respeto, trabajo y auto disciplina, en el que el progreso marcial vaya de la mano de un crecimiento personal.
Trabajamos en base a la información recopilada en tratados escritos
hace cientos de años, pero no por ello hemos de seguir las enseñanzas
morales que se enseñan en los mismos, lógicas en un contexto histórico
concreto muy alejado del actual.
No
promovemos ideal caballeresco de ningún tipo – real o de ficción – , ya
que la defensa del reino, respaldar la fe católica o perpetuar un orden
vasallático entre otras cosas, no entra dentro del propósito de nuestra
práctica en pleno siglo XXI.
Tampoco tienen cabida en nuestra palestra actitudes o ideologías que tengan una base racista, xenófoba, machista, clasista u homófoba. Por más que en multitud de tratados, cartas de examen y otros documentos históricos vengan reflejadas, lo cual muestra la realidad social de una época, más que una realidad específica asociada a la práctica de las artes de la palestra. Es por ello que la práctica de un arte marcial contemporáneo tiene que estar imbuida de virtudes propias de nuestro tiempo y no de ideales anacrónicos que hace siglos debieron ser superados.
El trabajo marcial – sobre todo si se trabaja con armas – tiene que estar marcado por una responsabilidad intrínseca con lo que se aprende, alejándonos de una práctica en la que se frivolice la violencia, adoptándola como una pose estética o enalteciéndola al usarla como refugio y herramienta de aquellos que se guían por el odio.